martes, 14 de octubre de 2014

Las cenizas de Ángela

Ganadora del premio Pulitzer a la mejor biografía, el premio Boeke y merecedora del premio de la Crítica y el Libro del Año en Estados Unidos, Las cenizas de Ángela, publicada en 1996, es la primera parte de la autobiografía de Francis McCourt, quien relata en primera persona el dolor y la miseria que marcaron la vida de su familia durante toda su infancia y juventud. McCourt completaría esta autobiografía en 1999 con Lo es y finalmente en 2005 con El profesor.






Frank McCourt nace un 19 de agosto de 1930 en Brooklyn, Nueva York. Hijo primogénito de Malachy McCourt y Ángela Sheehan, emigrantes irlandeses en Estados Unidos en la década de los años 30 en plena Ley Seca y Gran Depresión, McCourt vive una infancia llena de penalidades: pasa hambre, frío, miedo, ve de cerca la muerte y tiene que convivir irremediablemente con la desaparición de aquéllos a quienes más quiere, con un padre alcohólico, miembro del IRA antiguo (ejército paramilitar de la República de Irlanda) y orgulloso de haber luchado por la independencia de su país, y una madre pobre de espíritu que ha perdido cualquier tipo de motivación desde la muerte de Margaret, su hija pequeña.






Hasta los 4 años, Frank y sus hermanos pequeños malviven con sus padres en Nueva York. Tras la muerte de la pequeña Margaret la situación familiar es tan deplorable que unas primas de Ángela deciden que lo mejor para ella y los niños es volver a su Irlanda natal, pero el recibimiento por parte de los McCourt no es en absoluto bueno, sino más bien de una indiferencia total. Al poco de llegar y en vista de que en Irlanda del Norte la situación es incluso peor que en América, deciden marcharse al Estado Libre (actual Irlanda) e instalarse en Limerick, donde vive la familia de Ángela.




Allí la situación no es en absoluto mejor. Afectados por la eterna humedad y niebla de la ciudad provocada por el río Shannon, la familia McCourt vive en una atmósfera de constante pobreza, desconfianza y poco afecto donde los miembros de la familia no se hablan entre ellos, el escepticismo y envidia entre vecinos está a la orden del día y los niños son tratados como seres más o menos inútiles hasta que alcanzan la edad necesaria para ir desempeñando tareas. A lo largo de las páginas se retrata la sociedad irlandesa de la época, piadosa y sumida en una pobreza tal que incluso presenta una esperanza de vida realmente baja; el propio autor, haciendo un símil con el deterioro físico inherente a la edad, dice que era tanta la pobreza de la que estaban rodeados que poca gente llegaba a tener canas.




A todas estas penalidades hace referencia el título de la novela, como queriendo reunir una vida de miseria en un simple gesto. A lo largo de la narración se le da un significado muy especial a las cenizas de la chimenea, a las que Ángela McCourt se queda mirando fijamente cada vez que la situación le desborda, como en un intento de evadirse del mundo que le rodea tratando de buscar un calor reconfortante en ellas, un calor que casi nunca encuentra.

La narración está plagada de multitud de personajes con mayor o menor importancia quienes, a excepción del pequeño Frank, no presentan un gran desarrollo, sino que más bien son las situaciones y la evolución de sus condiciones lo que enmarca las acciones de cada uno. Esto hace que no sepamos cómo son más allá de sus acciones, no hay nada que nos diga el tipo de carácter de cada uno o su evolución psicológica. En este sentido, las reacciones más íntimas a una vida de desapego las encontramos en un Frank muy observador, responsable y reflexivo que entiende su posición en el mundo, que acepta lo que le viene con un estoicismo impropio de un niño de su edad pero que no deja nunca de soñar con un futuro mejor.




El contrapunto a tanta tragedia lo encontramos en el empleo de un narrador protagonista. Al estar contada la historia en primera persona desde que el protagonista tiene apenas dos años en ocasiones se suceden anécdotas que vistas desde el punto de vista de un niño pueden parecer cómicas, dan lugar a malentendidos y a las típicas reflexiones de un niño pequeño. Poco a poco esta visión va evolucionando y vemos como Frank empieza a preocuparse por todo lo que le rodea, va a la escuela y aprende, lo que de manera inconsciente va alimentando un afán de superación que prácticamente no encuentra en quienes le rodean. Comienzan a formarse así sus sueños y aspiraciones de volver a América, donde todo es mejor que en Limerick.

Nos encontramos, por tanto, ante una historia de superación en letras mayúsculas, en la que el protagonista es capaz de transformar todas las vivencias negativas en ganas de cambiar su vida, en ganas de tener un buen trabajo que le permita alcanzar su sueño: volver al país en el que nació y del que tantas cosas buenas se cuentan.

Desde el punto de vista histórico, la infancia y juventud de Frank presenta un trasfondo político de gran calado, tanto a pequeña como a gran escala.

Por un lado, se nos acerca el retrato de la eterna lucha entre británicos e irlandeses, de la lucha de estos últimos por su independencia y de las consecuentes actividades del Ejército de la República de Irlanda (IRA). Hay un rechazo palpable a todo lo británico y por ende a lo relativo a Irlanda del Norte (creada en 1921 tras la partición de la isla) y a todo lo estadounidense. Además, de una manera más o menos acentuada, se aprecian ciertos conflictos religiosos por la convivencia en una misma comunidad de católicos, protestantes y presbiterianos.






Por otro lado y a un nivel internacional, la novela se enmarca prácticamente en su totalidad en la Segunda Guerra Mundial. En 1940 el Primer Ministro Eamon de Valera declara la neutralidad de Irlanda en la contienda, algo que por otra parte no sienta muy bien a Winston Churchill quien hará lo imposible para que Irlanda participe (curiosamente la cerveza Guiness tuvo mucho que ver en esto). A pesar de las presiones por parte del gobierno británico, la neutralidad supone un alivio para las familias ya que los hombres emigran a Inglaterra para trabajar en las fábricas de armas con lo que pueden mandar puntualmente dinero a sus familias, dejando de lado su aversión a todo lo que tiene que ver con sus opresores durante más de 800 años.





En definitiva, nos encontramos ante una historia imprescindible donde las situaciones vividas por los personajes hacen llorar la mayor parte de las veces, pero también reír en ciertas ocasiones. De manera sencilla, ágil y amena, McCourt nos introduce en una época histórica dura y gris, en ciertos aspectos terriblemente ajena al mundo actual y nos hace partícipes de la realidad de un país que durante siglos se ha sentido castigado, oprimido y ninguneado.

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