viernes, 19 de diciembre de 2014

Te regalaré el mundo

En la celda del fondo hay un hombre que no sabe que se ha vuelto loco”

Así comienza Te regalaré el mundo, la primera novela de la periodista Marta Fernández, una de las novedades literarias de este 2014 al que tan poco le queda. A lo largo de sus 400 páginas, la autora nos sumerge en un mundo en el que se mezcla el pasado con el presente, la realidad con la ficción, y todo ello envuelto en una atmósfera de sabiduría, curiosidad, tristeza y dolor, mucho dolor.






Estamos en el siglo XVIII y el profesor Rossum lleva seis años encerrado en un manicomio. En su momento fue un científico respetado, incluso la reina María Ana de Austria le había encomendado la educación del heredero al trono de Portugal. No es consciente ni del tiempo que lleva allí ni de dónde está realmente, no es consciente ni de su propia realidad. Tal vez, después de pasar tanto tiempo rodeado de locos se haya vuelto loco él también.




Enviado por João V de Portugal a la corte española para cuidar de que su hija, Bárbara de Braganza, no fuera menospreciada por la madre de su prometido, la férrea Isabel de Farnesio, vive durante años con su esposa Constanza, una talentosa soprano y su hija Celeste, hasta que ésta muere por un problema de corazón incurable. Es tal el dolor que siente Héctor Rossum tras la muerte de su hija que toma la decisión de convertirse en una especie de dios con la capacidad de crear un mundo nuevo donde la esencia de su pequeña no desaparezca por completo. Quizás así pueda sobrellevar tanto dolor.






Pero ésta no es una historia real, es la novela de Leo Brock, un joven periodista que trabaja en la sección de cultura de la revista El Globo. Trabaja bajo las órdenes de Arnau, a quien considera su mentor, su guía y ese padre que nunca tuvo.

Esto hace que nos encontremos ante una novela magistralmente dividida en dos, una historia con su propia intrahistoria donde los personajes se complementan a la perfección. Mientras en la historia actual es Leo el protagonista, el niño abandonado y parece que olvidado por su padre, en su propia novela el protagonista es Rossum, que cumple ese papel de padre que a él le faltó, cerrando así un círculo de “familia perfecta”, supliendo la presencia de un padre por una personalidad y un amor que él mismo puede narrar, puede elegir.

Te regalaré el mundo se presenta como la vida de un escritor en el sentido más estricto. Es de sobra conocido que cuando alguien escribe siempre deja parte de sí mismo en sus palabras, como si cediendo sus sentimientos a un personaje ficticio pudiera decir lo que nunca se atrevió a decir, pudiera mostrarse tal y como es sin miedo a que nadie lo juzgue por sentir o no sentir, por pensar o no hacerlo. Pero en este caso la novela va más allá, no sólo podemos encontrar multitud de referencias de la vida profesional de la autora en el personaje de Leo, sino que es el propio Leo el que dentro de la novela está narrando una historia donde los personajes revelan sus más profundos sentimientos, donde un joven heredero al trono de Portugal convive con la cuasi ausencia de un padre megalómano, una ausencia que sólo el profesor Rossum, con su paciencia y cariño, es capaz de subsanar. Por su parte, Arnau es el Rossum de Leo ante la ausencia de un Fritz más preocupado por la física nuclear que por su propia familia.

Debido a esta estructura basada en un historia donde un personaje escribe otra historia de la que se nos hace partícipes, es evidente que hay un cambio de narrador. Mientras la historia de Leo está contada en primera persona donde tan sólo conocemos sus pensamientos y sentimientos y las acciones observables de los demás personajes, los protagonistas del siglo XVIII nos los presenta un narrador omnisciente capaz de entrar en su mente.

La novela puede considerarse en sí misma, además, una alusión a la profesión de la autora. En ella se desgranan los entresijos de una profesión en ocasiones poco reconocida, como cuando se está empezando, lo que cuesta ver tu nombre escrito bajo el título de un reportaje, etc. Personalmente hay aspectos que la autora toma en consideración que pueden ser fácilmente reconocibles en el mundo actual, concretamente en la televisión actual, donde parece estar de moda que los directores de periódicos salgan exponiendo datos y más datos sobre estafas, engaños y corrupciones poniéndose a sí mismos en evidencia cuando no son capaces de salir de un discurso aprendido y quien sabe si preparado por alguien ajeno.

En el plano más humano, Te regalaré el mundo habla de la pérdida, de la ausencia que sobreviene a la muerte o desaparición de un ser querido, del dolor que produce no volver a alguien a quien se ha querido tanto, a un padre, a un hijo. Muchas veces se dice que el amor mueve montañas, pero el amor amparado en el dolor es aún más poderoso si cabe, por eso cada persona busca su manera de deshacerse de tanto sufrimiento, de tanta nostalgia. En este caso, los protagonistas deciden inventarse un mundo paralelo a su vida real, Leo escribiendo una novela y el protagonista de ésta intentando revivir el alma de su hija.

A lo largo de sus páginas, Marta Fernández nos ofrece una narración muy cuidada, llena de matices y detalles, llena de adjetivos que acompañan perfectamente a los sustantivos, como si las piezas de un puzzle encajasen. Todo esto hace que el ritmo narrativo sea muy ágil, que una frase te lleve a otra con la facilidad de leer un ensayo.

Finalmente, hay dos aspectos que me han parecido curiosos y que, sin tener una relación directa con la narración, le aportan una elegancia y exposición difíciles de conseguir. Por una parte, son características las alusiones casi constantes a figuras culturales, ya sea de la literatura, del cine o del baile como puede ser la conocidísima Alicia de Lewis Carroll, Sally Bowles bailando y cantando con su bombín ladeado o Zsa-Zsa Gabor. Y por otra, la clara alusión que se hace a la prosopagnosia, una enfermedad que la autora ha declarado abiertamente tener y que consiste en la imposibilidad de reconocer las caras, estableciendo así la manera más clara y directa de presentarse ante los lectores.






No me gustaría acabar esta reseña sin decir que, en líneas generales, hay un cierto tinte futurista velado por una caracterización entre los siglos XVIII y XXI que se asocia con las grandes investigaciones científicas que desde hace décadas han querido desarrollar la idea del alma y la vida inmortal. A mi entender, el final no es en absoluto predecible y en él se conjugan todos los sentimientos que han ido aflorando paso a paso en los personajes en una vorágine de palabras y recuerdos que saltan de la historia real a la ficticia con la facilidad de quien se sabe leyendo su propia historia. Se trata de un magnífico final en el que la autora propone una serie de incógnitas acerca de la esencia de nuestro propio ser, de nuestra alma.

domingo, 30 de noviembre de 2014

La rubia de ojos negros

Benjamin Black es John Banville y John Banville es Benjamin Black, el pseudónimo bajo el que se oculta para escribir novela negra. Ya lo hizo con El otro nombre de Laura, En busca de April o Muerte en verano hasta que este 2014 se publicaba su última y esperada novela, La rubia de ojos negros, donde se mezclan la intriga, la sospecha y la desconfianza en una historia marcada por una desaparición.






Una calurosa tarde de verano el detective Marlowe recibe en su despacho a una clienta tan excepcional como misteriosa, la señora Cavendish, la rica heredera de uno de los negocios de perfumes más conocidos en todo Hollywood. La petición de la señora Cavendish es clara: encontrar a Nico Peterson, su antiguo amante, alguien de profesión incierta cuya descripción lo acerca más a la de un estafador de poca monta.

A partir de este momento da comienzo una investigación que lleva al detective Marlowe a los distintos escenarios donde una vez estuvo Peterson y a preguntar a todo tipo de personas sobre su posible marcha. Pronto llega a la conclusión de que no es el único que lo está buscando. Y no sólo eso, sino que además descubre que no está muerto y que la señora Cavendish lo sabe, entonces ¿por qué querría buscarlo?

Son varias las personas a las que recurre que no parecen darle muchas pistas, la clara intención de sus interlocutores por no querer ayudarle hace que Marlowe dé vueltas en círculos de los que parece no poder salir, donde todos son sospechosos pero nadie sabe nada, en definitiva, el típico planteamiento de cualquier novela detectivesca que se precie. Estos interrogatorios se estructuran a modo de pequeñas historias circunscritas en una única acción, como un paseo por el jardín o una merienda con el dueño de un local, mientras se hace un pequeño inciso para hablar de un personaje secundario: un camarero, el cliente de un bar, el trabajador de un club, pero en la mayor parte de los casos desviando la atención hacia alguien que no es el propio interrogado. Con esto se consigue un respiro en la narración, un momento de descanso en el interrogatorio, pero una piedra más en el camino de la investigación.

En este tira y afloja van sucediéndose los días hasta que, de repente, Marlowe se ve envuelto en un caso de secuestro y asesinato en el que deja de ser un mero espectador para ser un personaje más de una trama en la que cree no tener nada qué ver, al menos en un principio.

La narración está en primera persona desde la figura del detective, lo que nos da una visión externa de cada uno de los personajes, como si nos encontráramos tras el mostrador de una tienda y nos limitáramos a atender a la gente que pasa centrándonos en sus características básicas, ya que son pocos los datos que nos hablan de sus pensamientos.

El detective Phillip Marlowe es un personaje recuperado, por encargo de sus herederos, del imaginario de Raymond Chandler, que le dedicó nada más y nada menos que siete novelas y dos cuentos, siendo El sueño eterno, de 1939, la primera en la que aparece. Es el típico detective de película de los años 50, solitario y taciturno dedicado en cuerpo y alma a su profesión, que en este momento está pasando por sus horas más bajas. Se trata de un personaje cargado de ironía que siempre tiene una contestación ácida para cualquier tipo de pregunta o situación.






Clare Cavendish, una elegante pero misteriosa empresaria acostumbrada a tener en todo momento lo que quiere y que parece llevar un estilo de vida impropio para una mujer casada de la época, ejerce un gran magnetismo sobre Marlowe y, por lo que parece, sobre el género masculino en general, por lo que se establece una relación podría decirse que bastante íntima entre ambos desde un primer momento.

Hay un trasfondo de locura que impregna todo en esta novela, desde los personajes más secundarios hasta los escenarios más recurrentes. Debido a eso y al hecho de estar ambientada en los años 50, en ocasiones recuerda al halo que emanaba ese Edward Daniels tan magníficamente interpretado por Leonardo di Caprio en la no menos magnífica Shutter Island de Martin Scorsese.




Es precisamente esta ambientación a mediados del siglo pasado lo que más me ha gustado del libro, aunque son pocos los elementos que indican esta situación. Aún así es imposible no tener en mente una estética más que consumada donde priman los ocres y marrones otoñales, donde abundan los sombreros, las gabardinas y los cigarrillos en los hombres y las mujeres caminan subidas en altos tacones, van enfundadas en faldas de tubo y en sus cabezas se aprecian bucles estructurados en intrincados peinados coronados por sencillos pero sofisticados tocados.








Sin embargo, hay dos cosas en la novela que no han terminado de convencerme. Por un lado, el autor pone en boca de los protagonistas un lenguaje y expresiones demasiado modernas para la época que pueden dar la sensación de estar desubicadas. Por otro lado, bajo mi punto de vista el final es un auténtico caos, da la sensación de dibujarse una escena en la que concurren todos los personajes más o menos secundarios que han ido apareciendo a lo largo de la novela pero sin orden ni concierto. Aparecen y desaparecen como en una obra de teatro pero ninguno deja realmente clara cual es su relación con los demás y por qué está ahí en ese preciso momento. Ninguno parece darle especial importancia a lo que está pasando, aunque se trate de hechos hasta cierto punto cargados de violencia, odio y rencor. Sorprende además el tratamiento que se hace por parte de algunos personajes como si la situación les resultara incluso divertida.


En definitiva, no me ha gustado ni cómo se da fin a la historia, que más parece un “voy a sacármelo de encima”, a pesar de la literatura cuidada que caracteriza la escritura de Benjamin Black, ni el modo en que éste se ha estructurado.

sábado, 15 de noviembre de 2014

La artesana del vidrio

Una fría mañana de 1890 Joost Steinmann, soplador de vidrio de un pequeño pueblo de Turingia, aparece muerto en su cama. No había llegado siquiera a los cincuenta años y tenía tres hijas que mantener: Johanna, Ruth y Marie. El invierno es duro y las hermanas no tienen manera de ganarse la vida pero tras vender las últimas piezas de vidrio elaboradas por su padre parece que todo empieza a mejorar ya que Wilhelm Heimer, el vecino más rico del pueblo, les ofrece trabajar en su taller realizando labores similares a las que llevaban a cabo con su padre.

Así comienza La artesana del vidrio, la última novela de Petra Durst-Benning que en poco tiempo se convirtió en uno de los libros mejor vendidos de 2014 no sólo en Alemania, país de origen de la autora, sino en todo el mundo.






A través de una narración cuidada y ágil, la autora nos sumerge en la tradición de los sopladores de vidrio y más concretamente en la fabricación de adornos de Navidad, algo que identifica a Lauscha, el pueblo donde se desarrolla la historia, conocida hoy en día como la capital de los sopladores de vidrio de Alemania. Como la propia autora indica al final del libro, es cierto que fue en ese mismo pueblo donde comenzaron a fabricarse los primeros adornos para ser colgados en el árbol de Navidad pero en una época incluso anterior a la que queda reflejada en la novela, mediados del siglo XIX.






La novela está dividida en dos partes que enmarcan la narración en dos momentos determinados: 1890 y 1892. Cada una de estas partes está a su vez dividida en pequeños capítulos dedicados a cada uno de los personajes desde el punto de vista de un narrador onmisciente que nos acerca a los pensamientos y preocupaciones más profundos de todos ellos.

Johanna, Ruth y Marie se presentan como tres hermanas desvalidas que ante la repentina muerte de su padre se ven obligadas a enfrentarse a un mundo decimonónico donde las tradiciones están fuertemente arraigadas. Johanna tiene mucho carácter y un tesón que le lleva a ser la que menos miedo tiene a emprender una nueva vida, Ruth es enamoradiza y soñadora, algo que le provoca un gran sufrimiento y Marie es, en ocasiones, fría y obstinada pero también tremendamente creativa y sus creaciones suponen el comienzo de un nuevo rumbo en su vida. Estos caracteres se van forjando con el pasar de las páginas a medida que el narrador omnisciente cambia con cada capítulo el enfoque de una hermana a otra, lo que provoca que vayan adquiriendo cada vez más complejidad y que aumente la ambigüedad del propio título, escrito en singular.

Al poco de comenzar llega un momento en el que la historia se desdobla y asistimos a tres historias paralelas, las de las tres hermanas, cuyos caminos no podían parecer más diferentes: Johanna aprende la profesión de vendedora, Ruth se consagra a su amor por Thomas y a la búsqueda de una vida junto a un marido y Marie da rienda suelta a su carácter creativo y comienza a soñar con ser sopladora de vidrio, algo hasta el momento reservado a los hombre de las familias de Lauscha.

Asistimos pues al retrato de la sociedad europea de la época donde el machismo y la sumisión imperaban en la vida cotidiana de la mujer. En este sentido nos encontramos con malos tratos, abusos de poder y sometimientos pero también con dulzura, cariño y amor, mucho amor, fraternal, imposible, lejano y hasta tóxico.




Estos tres personajes principales están rodeados de multitud de caracteres secundarios, entre los que cabe destacar al señor Strobel, quien supone el contrapunto psicológico al resto de personalidades más “mundanas” que impregnan la trama con la mayor normalidad. Strobel es el encargado de enseñarle un oficio a Johanna y le abre las puertas a un mundo nuevo, el mundo de los negocios, pero su ambigüedad hace que en un principio no sepamos si nos encontramos ante un alma caritativa que sólo busca ayudar o ante un viejo depravado que pretende aprovecharse de la juventud e inexperiencia de Johanna. Su historia está llena de iniciales que ocultan las identidades de sus compañías, algo en lo que no se inmiscuye el narrador, tal vez un recurso de la autora para dotarle de un mayor interés.

Precisamente, el tratamiento de este personaje es el verdadero fallo de la novela. Strobel peca de ser un carácter con una gran complejidad, lo que llega a convertirlo incluso en alguien más interesante que las propias protagonistas. El problema está en que su historia no finaliza, sino que simplemente desaparece provocando una sensación de “quiero y no puedo” y sin dar respuesta a tres grandes interrogantes: quiénes se esconden tras las misteriosas iniciales, cuál es el negocio al que tanto alude en sus pensamientos, qué tipo de perversiones le mueven a comportarse como lo hace.

Justamente la perversión de este personaje está directamente relacionada con uno de los autores más perversos donde los haya: Donatien Alphonse François de Sade, el Marqués (1740-1814). En un par de ocasiones se menciona su nombre a propósito de un libro que puede haber caído en la manos menos adecuadas. La personalidad y las actitudes de Strobel tienen mucho que ver con las obras del Marqués, en el sentido de buscar a jóvenes ingenuos y sumisos para introducirlos en el mundo perverso de sus fantasías sexuales basadas en la dominación y el castigo, como queda patente en algunas de sus obras más conocidas como Filosofía en el tocador o Justine o los infortunios de la virtud.






Con un nivel de protagonismo hasta cierto punto menor, también tiene importancia la alusión al personaje de Franklin Woolworth, un comerciante que existió en realidad y que se encargaba de exportar a América toda suerte de adornos para árboles de Navidad.

En el final, al igual que en algunos puntos de la trama, los desenlaces protagonizados por las tres hermanas son bastante previsibles y en ocasiones incluso fáciles, pero esto no es algo que reste demasiado atractivo a la narración, que parece estar más centrada en mostrarnos la evolución personal de las protagonistas. Se trata de un final profundamente marcado por las diferentes historias de amor que envuelven la trama.

sábado, 1 de noviembre de 2014

Palmeras en la nieve

Palmeras en la nieve fue uno de los fenómenos editoriales del año 2012 y la primera novela de Luz Gabás, profesora universitaria, lingüista, escritora y también alcaldesa, que nos introduce en un mundo colonial marcado por un amor imposible donde dos culturas chocan y se funden en la humedad y el calor tropical. Tal fue su éxito, que en 2015 se estrenará su adaptación al cine.






Pasolobino, 2003. Un pequeño fragmento de papel que revela la existencia de cuatro personas hasta ahora desconocidas es lo que hace que Clarence, hija y sobrina de colonos, se plantee muchas preguntas sin respuesta. Hasta ese momento se había conformado con lo que su familia le había contado pero ¿y si guardaran parte de su pasado oculto? A partir de este momento Clarence comienza una investigación personal que le llevará a la isla de Fernando Poo (en la actual Guinea Ecuatorial), en el trópico africano, un lugar donde su padre y su tío vivieron largos años, en busca de alguien llamado Fernando.

Pasolobino, un día de invierno de 1953. Jacobo y Kilian, oriundos de un pequeño pueblo de la montaña oscense, emprenden un viaje a la colonia africana donde vive y trabaja su padre, la Guinea Española. Aunque Jacobo ya ha estado más veces allí es la primera vez para Kilian, que observa todo con ojos de niño asustado, algo que le granjea continuas y molestas bromas desde el principio. De un día para otro se encuentra inmerso en un mundo completamente diferente al que hasta ahora había conocido, donde la libertad sexual es una seña de identidad, donde los recuerdos de una España franquista quedan velados por la calima tropical y donde Kilian, a pesar de los problemas iniciales, se va sintiendo cada vez más cómodo.




Luz Gabás nos presenta así una novela hecha para y por los personajes. Son muchos los que protagonizan sus páginas, aunque en esencia son sólo cuatro los que nos hacen saltar entre la España franquista colonial y la actual, mostrándonos los entresijos de nuestra historia reciente, de los años en que el colonialismo empezaba a resquebrajarse sumido en medio de las luchas de los colonos por recuperar sus tierras.



Los hermanos representan dos caracteres totalmente opuestos, dos actitudes antes la vida. Mientras Jacobo es retratado como un joven rudo, sin ningún tipo de interés en el compromiso y que va a la isla simplemente a trabajar, sin siquiera relacionarse apenas con los nativos, Kilian representa todo lo contrario: necesita conocer, saber para poder juzgar. Desde un principio le dicen que acabará amando esa tierra y él no sabe hasta qué punto esto será cierto.

Por su parte, el personaje de Clarence es, en esencia, la propia autora retratada: profesora universitaria, lingüista, habitante de un pequeño valle aragonés donde a finales del siglo XIX y a lo largo de casi un siglo los hombres emigraban a Guinea ecuatorial para trabajar en la exportación de cacao. Es el retrato de toda una comunidad, de su propia familia.

Finalmente, Laha supone la mezcla perfecta entre estas dos tierras, un hombre de mundo al que le gusta viajar, conocer, vivir, pero que también siente la necesidad de volver cada cierto tiempo a la tierra que le vio nacer, donde están sus verdaderas raíces y donde Bisila, su madre, guarda uno de sus mayores secretos.

El narrador omnisciente hace que conozcamos los entresijos de los pensamientos y sensaciones de todos los personajes, especialmente de Kilian y Clarence, los principales protagonistas de las dos partes de las que consta la novela: la juventud de Kilian y Jacobo en Fernando Poo y la visita de Clarence a Guinea Ecuatorial. Estas dos historias no se entrelazan a modo de investigación, sino que se desarrollan de manera más o menos independiente. Clarence ha leído la correspondencia de sus familiares durante el tiempo que vivieron en la isla de Fernando Poo, pero la narración no se limita a eso, sino que hay una descripción muy minuciosa de cada uno de los capítulos de la vida de los protagonistas. La primera parte se centra en la descripción del lugar y de la situación en general, por eso en ocasiones da la sensación de que no pasa nada importante. No obstante, a medida que avanzan las páginas el argumento comienza a adquirir un mayor interés: sentimientos, sospechas, incógnitas y pistas se van entrelazando dando lugar a situaciones, que aunque no del todo insospechadas, son capaces de transmitir lo complicado que es a veces luchar contra los sentimientos, contra el amor, el odio y la culpa.




Las descripciones tan cuidadas que hace la autora de cada uno de los escenarios hacen que seamos capaces hasta de percibir aromas, sensaciones, temperaturas. Así, podemos sentir un viento gélido y penetrante en el extremo invierno de la montaña aragonesa al mismo tiempo que palpamos la densa humedad que rodea la isla de Fernando Poo. Lo mismo ocurre con las distintas situaciones, descritas con tanto detalle y de una manera tan ágil y envolvente que el lector es capaz de meterse en la piel de los personajes sin el más mínimo esfuerzo: la emoción de Kilian es la nuestra al pasar por el pasillo de las palmeras que franquean la entrada de la finca Sampaka. Estas descripciones pueden ampliarse además al proceso de maduración, secado y tueste del cacao y las costumbres y creencias de la minoría étnica bubi, lo que le aporta un mayor interés y verosimilitud a lo que la autora nos está contando.






Palmeras en la nieve bien podría analizarse como dos novelas en una, dos partes de una misma historia que se complementan pero que tienen sentido por sí solas, algo que le aporta una mayor riqueza tanto en forma como en contenido. Estas dos narraciones nos presentan el retrato de un país, sus cambios, avances y retrocesos a lo largo de los años, manteniendo siempre una comparación velada con la situación en España (desde el franquismo hasta la democracia actual). Desde que se convirtió en una colonia española a finales del siglo XIX hasta su completa independencia en el año 1968 y la posterior dictadura de Macías, un dirigente de la etnia fang puesto por el gobierno español, quien la convirtió en el Auschwitz africano imponiendo un régimen de opresión y terror donde las etnias minoritarias eran masacradas. Estas situaciones socio-políticas quedan claramente reflejadas en los distintos personajes que conforman la trama.




Algo que me ha llamado la atención es el hecho de que el protagonista de la historia inicial es Kilian, mientras que lo que Clarence busca es más bien todo lo relacionado con su padre. Esto hace que dudemos capítulo tras capítulo en quién es el que vive ese amor tan intenso y estimulante que lo dejará marcado de por vida.

Sorprende un poco, además, la facilidad con la que Clarence se va topando con gente que será clave en el desarrollo de su investigación. Prácticamente no se encuentra con obstáculos y todo sucede sin decirle a nadie qué es lo que de verdad está buscando.

Independientemente de eso, Palmeras en la nieve es una novela de emociones y sentimientos que se diluyen y reaparecen a lo largo de los años, se trata de una lectura con una gran carga moral y emocional que hace que se nos llenen los ojos de lágrimas al comprobar que, a veces, las circunstancias son demasiado fuertes como para permitir que los sentimientos desborden a las personas. En definitiva, podría ser el retrato de cualquiera, independientemente de razas, religiones o clases sociales.


jueves, 23 de octubre de 2014

Con el permiso de los libros, hoy escribo yo

¡¡Hoy La Novena Caverna cumple un año!!

En todo este tiempo me han acompañado muchos libros, tal vez menos de los que me gustaría, pero el poder compartir lo que más me gusta ha pasado de ser un mero entretenimiento a una satisfacción personal, y aunque sólo sea por eso, el tiempo dedicado a cada entrada ha merecido la pena.

Por eso me gustaría celebrar este primer aniversario de una manera especial. Hasta ahora me he dedicado a hablar sobre lo que los demás han escrito pero hoy, por ser 23 de octubre, y con el permiso de los libros, me toca escribir a mí.

!Espero que os guste!

FELICIDADES #cavernícolas!!




"Aquí estoy, entre estas cuatro paredes. Dos palabras que podrían definir mi vida adulta. Cuatro muros lisos y de color blanco. Porque así lo decidieron. Casi no hay nada colgado, apenas un espejo en el que nunca me miro y un par de cuadros. ¿Las fotos?, decidí sacarlas. Al principio no me importaba, pero un día empezaron a incomodarme. No las echo de menos.

Muros, murallas, murallones. En ocasiones se me antojan enormes, tanto que me pierdo en ellos sin apenas darme cuenta, y entonces mi cuerpo deja de ser mío y me veo a mí misma en la habitación. Haciendo qué, eso no importa. Pero es el momento en el que siento esa felicidad de no ser yo.

Otras veces ocurre todo lo contrario, las paredes son cada vez más pequeñas, se vuelven prácticamente minúsculas mientras tratan de ahogarme, y es entonces cuando mi cuerpo se ve obligado a cerrarse, a replegarse sobre sí mismo para evitar ser engullido por la masa blanca. El cuello y la espalda me duelen, y cuando me doy cuenta, los dedos de mis pies están blancos, casi transparentes a fuerza de querer hacerse más pequeños. Siento mucho frío, tanto que no puedo moverme, y tras unos instantes de espera, un dolor familiar empieza a crecer en mi garganta, pero mi voz está tan escondida que no es capaz de encontrar la salida. Hay quien no quiere verme triste, y entonces me impide llorar; lo que no entiende es que en esos momentos llorar es lo único que me salva.

Muchas veces me han preguntado por qué siempre elijo estar encerrada en mi habitación. No estoy segura de haberlo elegido alguna vez, pero siento que es el único espacio al que pertenezco. Hace tiempo recuerdo salir de casa de vez en cuando a regañadientes porque mamá quería dar un paseo conmigo, decía que me haría bien airearme un poco. Todavía recuerdo el suplicio de recorrer aquel pasillo. Cuando volvíamos a casa ella estaba triste. Creo que con el tiempo fue capaz de comprender, al igual que yo, que los muros que me aplastan tal vez sólo me abracen para protegerme. Fue capaz de comprender que a través de mis sentidos sólo llegan percepciones irreconocibles, y que eso me da miedo.

¡Otra vez el mismo ruido! Me sobresalto y empiezo a notar cómo el latido de mi corazón inunda mi pequeño cuerpo, completamente agarrotado. ¡Siempre me pasa lo mismo! Aunque lo intente se las ingenia para paralizarme. Es más listo que yo.

Si tuviera que describirlo diría que parece como si algo o alguien se arrastrara por el suelo. A través de una melodía sorda se acerca, cada vez lo oigo más intensamente, deslizándose hacia un lado y hacia otro, hacia un lado y hacia otro. ¡Tengo que ser fuerte! ¡No puedo dejar que entre! ¡Esta vez no!

Aunque han pasado tan sólo unos segundos, este momento se me hace eterno, y empiezo a notar que mis manos están húmedas. Cómo desearía que las paredes quisieran protegerme también ahora, aunque me hagan sentir ganas de llorar. Cada vez está más cerca y pienso en si debería aproximarme a la puerta. Decido que sí. Pego la cabeza al suelo y puedo ver su sombra más y más grande, pero no puedo distinguir en ella algo mínimamente reconocible. Siento que me cuesta respirar.

¡Está aquí! Ya no se mueve.

A través de la delgada puerta puedo sentir su respiración, se entrecorta y suena pesada. Tengo miedo de que se cuele por entre las rendijas y contamine mi cubículo. Apoyo mi espalda contra la madera procurando hacer el menor ruido posible y entonces oigo un rumor acompañado de varios golpes secos. No hay duda, sabe que estoy aquí. El rumor se extiende y parece querer convertirse en palabras, pero no son más que sonidos inconexos imposibles de descifrar.

Mi respiración acelerada y unas tremendas, pero reprimidas, ganas de llorar no engañan a nadie. Estoy aterrada.

En el peor de los casos, cuando se dan estas situaciones, una parte de mí distingue que se trata de una imaginación, un concepto que inventa mi cabeza para darle forma al terror que en esos momentos me invade. Y digo en el peor de los casos porque entonces él no sólo me controla a su voluntad, sino que también tiene el placer de verme observándolo, de verme morir poco a poco. Las pocas veces que lo pienso con frialdad no me parece tan extraño, al fin y al cabo ¿en qué me diferencio del niño que imagina a un monstruo debajo de su cama? Tal vez en que el miedo del niño se evapora al ver entrar a su madre en la habitación, y yo estoy tan sola que ni siquiera tengo eso.

Otra vez silencio, ¿se ha ido?

Casi sin atreverme a respirar dejo de temblar. Sigo sintiendo esos nervios en el estómago que tantas veces me hacen vomitar y pienso en si me odio o si en realidad me doy pena a mí misma. Estoy tan agotada que más me valdría desaparecer. Aunque ahora no está aquí, mi madre dice que verme en este estado le hace daño, y sin quererlo me convierte en culpable, pero yo sólo quiero evitar que este miedo y este dolor acaben conmigo. En esos momentos, en el mundo no existimos más que mi enemigo y yo. Y supongo que esa es la razón por la que prefiero estar al amparo de estos cuatro muros, porque a ellos no puedo hacerles daño.

Parece algo lógico ¿verdad?, pues ahí fuera nadie lo comprende.

Sé que debería estar acostumbrada, porque a mi enemigo nadie lo oye ni lo siente, pero a mí se me revela como algo tan real que me vuelvo torpe incluso para ignorarlo. Nunca lo he visto, no sé cómo es, sólo llego a entrever una sombra informe que no se parece a nada, y eso me deja totalmente desprotegida. Quizá las sensaciones que me comunica sean más soportables, no todas intentan dañarme, a veces siento cómo me acaricia la espalda y me susurra dulces sonidos al oído, pero a fuerza de vivirlo he aprendido que eso sólo lo hace para convencerme de que le deje entrar y poder encontrarnos frente a frente. Esa es la única manera que tiene para sacarme de aquí.

De nuevo mi cuerpo se pone alerta, ¿por qué no habré estado más atenta? Ahora ya ha comprobado que sigo aquí. Volverá a acercarse, a hablarme, a tratar de seducirme mientras mi cabeza da vueltas, las mismas vueltas que a mi cuerpo se le niegan. Pero ¿qué pasa?, ¿por qué no habla?, ¡no puedo oír nada!, ¿qué está tramando?, ¡lo he oído acercarse, tiene que estar ahí! Puedo ver la oscuridad de su sombra queriendo colarse bajo la puerta.

Y de repente suenan los mismos golpes de siempre. Silencio otra vez. Por más que espero no ocurre nada.

Casi sin darme cuenta me envuelve algo familiar, un olor que me hace volver a los cinco años, cuando mi madre me dejaba acurrucarme con ella en el sofá. En un momento me rodean sensaciones de tal intensidad que creo que me voy a desmayar. Noto que me acarician el pelo suavemente, y cómo un dedo se desliza dibujando mi nariz. Una música de fondo me reconforta, me da calor y hace crecer en mí una necesidad urgente de sentirme rodeada por esos brazos llenos de lunares. Poco a poco se convierte en melodía e intenta decirme algo. Siento cómo el miedo se esfuma y, aunque todavía no comprendo qué me dice, sé que no quiere hacerme daño.

Una inmensa tristeza se expande pesadamente desde mi garganta hasta las yemas de los dedos dejándome sin fuerzas, al mismo tiempo que el odio hacia mí misma crece sin parar. Cada vez peso menos, me vuelvo transparente y siento que desaparezco. ¿Qué ha cambiado? Turbada todavía por un pensamiento que no me aclara si esta realidad es del todo real, decido abrir la puerta. Al fin y al cabo, si lo que hay fuera suena y huele tan bien no puede ser nada malo.

Un simple giro de la muñeca hacia la izquierda hace que sobre mí se abalance una oleada cálida y salada de la que ya no quiero escapar. Es entonces cuando, a modo de diapositivas, se disponen de manera atropellada los lunares, la bata azul, las caricias en el pelo, ese tacto suave que cada noche me traía el sueño. Mis brazos se agarran con tal fuerza que parece que se me van a separar del cuerpo, pero no me importa porque después de tanto miedo he conseguido volver a reconocerla.


Ahora todas mis necesidades se resumen en una sola. Quiero llorar. No sé si de felicidad o de alivio, pero sé que lo tengo prohibido. Y mientras pienso en el dolor que me produce ese llanto sin salida, una humedad cálida baja por mi espalda. Es entonces cuando comprendo que es ella la que está llorando por las dos."

martes, 14 de octubre de 2014

Las cenizas de Ángela

Ganadora del premio Pulitzer a la mejor biografía, el premio Boeke y merecedora del premio de la Crítica y el Libro del Año en Estados Unidos, Las cenizas de Ángela, publicada en 1996, es la primera parte de la autobiografía de Francis McCourt, quien relata en primera persona el dolor y la miseria que marcaron la vida de su familia durante toda su infancia y juventud. McCourt completaría esta autobiografía en 1999 con Lo es y finalmente en 2005 con El profesor.






Frank McCourt nace un 19 de agosto de 1930 en Brooklyn, Nueva York. Hijo primogénito de Malachy McCourt y Ángela Sheehan, emigrantes irlandeses en Estados Unidos en la década de los años 30 en plena Ley Seca y Gran Depresión, McCourt vive una infancia llena de penalidades: pasa hambre, frío, miedo, ve de cerca la muerte y tiene que convivir irremediablemente con la desaparición de aquéllos a quienes más quiere, con un padre alcohólico, miembro del IRA antiguo (ejército paramilitar de la República de Irlanda) y orgulloso de haber luchado por la independencia de su país, y una madre pobre de espíritu que ha perdido cualquier tipo de motivación desde la muerte de Margaret, su hija pequeña.






Hasta los 4 años, Frank y sus hermanos pequeños malviven con sus padres en Nueva York. Tras la muerte de la pequeña Margaret la situación familiar es tan deplorable que unas primas de Ángela deciden que lo mejor para ella y los niños es volver a su Irlanda natal, pero el recibimiento por parte de los McCourt no es en absoluto bueno, sino más bien de una indiferencia total. Al poco de llegar y en vista de que en Irlanda del Norte la situación es incluso peor que en América, deciden marcharse al Estado Libre (actual Irlanda) e instalarse en Limerick, donde vive la familia de Ángela.




Allí la situación no es en absoluto mejor. Afectados por la eterna humedad y niebla de la ciudad provocada por el río Shannon, la familia McCourt vive en una atmósfera de constante pobreza, desconfianza y poco afecto donde los miembros de la familia no se hablan entre ellos, el escepticismo y envidia entre vecinos está a la orden del día y los niños son tratados como seres más o menos inútiles hasta que alcanzan la edad necesaria para ir desempeñando tareas. A lo largo de las páginas se retrata la sociedad irlandesa de la época, piadosa y sumida en una pobreza tal que incluso presenta una esperanza de vida realmente baja; el propio autor, haciendo un símil con el deterioro físico inherente a la edad, dice que era tanta la pobreza de la que estaban rodeados que poca gente llegaba a tener canas.




A todas estas penalidades hace referencia el título de la novela, como queriendo reunir una vida de miseria en un simple gesto. A lo largo de la narración se le da un significado muy especial a las cenizas de la chimenea, a las que Ángela McCourt se queda mirando fijamente cada vez que la situación le desborda, como en un intento de evadirse del mundo que le rodea tratando de buscar un calor reconfortante en ellas, un calor que casi nunca encuentra.

La narración está plagada de multitud de personajes con mayor o menor importancia quienes, a excepción del pequeño Frank, no presentan un gran desarrollo, sino que más bien son las situaciones y la evolución de sus condiciones lo que enmarca las acciones de cada uno. Esto hace que no sepamos cómo son más allá de sus acciones, no hay nada que nos diga el tipo de carácter de cada uno o su evolución psicológica. En este sentido, las reacciones más íntimas a una vida de desapego las encontramos en un Frank muy observador, responsable y reflexivo que entiende su posición en el mundo, que acepta lo que le viene con un estoicismo impropio de un niño de su edad pero que no deja nunca de soñar con un futuro mejor.




El contrapunto a tanta tragedia lo encontramos en el empleo de un narrador protagonista. Al estar contada la historia en primera persona desde que el protagonista tiene apenas dos años en ocasiones se suceden anécdotas que vistas desde el punto de vista de un niño pueden parecer cómicas, dan lugar a malentendidos y a las típicas reflexiones de un niño pequeño. Poco a poco esta visión va evolucionando y vemos como Frank empieza a preocuparse por todo lo que le rodea, va a la escuela y aprende, lo que de manera inconsciente va alimentando un afán de superación que prácticamente no encuentra en quienes le rodean. Comienzan a formarse así sus sueños y aspiraciones de volver a América, donde todo es mejor que en Limerick.

Nos encontramos, por tanto, ante una historia de superación en letras mayúsculas, en la que el protagonista es capaz de transformar todas las vivencias negativas en ganas de cambiar su vida, en ganas de tener un buen trabajo que le permita alcanzar su sueño: volver al país en el que nació y del que tantas cosas buenas se cuentan.

Desde el punto de vista histórico, la infancia y juventud de Frank presenta un trasfondo político de gran calado, tanto a pequeña como a gran escala.

Por un lado, se nos acerca el retrato de la eterna lucha entre británicos e irlandeses, de la lucha de estos últimos por su independencia y de las consecuentes actividades del Ejército de la República de Irlanda (IRA). Hay un rechazo palpable a todo lo británico y por ende a lo relativo a Irlanda del Norte (creada en 1921 tras la partición de la isla) y a todo lo estadounidense. Además, de una manera más o menos acentuada, se aprecian ciertos conflictos religiosos por la convivencia en una misma comunidad de católicos, protestantes y presbiterianos.






Por otro lado y a un nivel internacional, la novela se enmarca prácticamente en su totalidad en la Segunda Guerra Mundial. En 1940 el Primer Ministro Eamon de Valera declara la neutralidad de Irlanda en la contienda, algo que por otra parte no sienta muy bien a Winston Churchill quien hará lo imposible para que Irlanda participe (curiosamente la cerveza Guiness tuvo mucho que ver en esto). A pesar de las presiones por parte del gobierno británico, la neutralidad supone un alivio para las familias ya que los hombres emigran a Inglaterra para trabajar en las fábricas de armas con lo que pueden mandar puntualmente dinero a sus familias, dejando de lado su aversión a todo lo que tiene que ver con sus opresores durante más de 800 años.





En definitiva, nos encontramos ante una historia imprescindible donde las situaciones vividas por los personajes hacen llorar la mayor parte de las veces, pero también reír en ciertas ocasiones. De manera sencilla, ágil y amena, McCourt nos introduce en una época histórica dura y gris, en ciertos aspectos terriblemente ajena al mundo actual y nos hace partícipes de la realidad de un país que durante siglos se ha sentido castigado, oprimido y ninguneado.

domingo, 5 de octubre de 2014

El Paciente

Publicada a comienzos de este mismo año, El Paciente es la quinta novela del periodista y escritor Juan Gómez-Jurado, uno de esos libros que es imposible dejar de leer una vez el protagonista te engancha en la primera página, y donde capítulo tras capítulo te ves inmerso en una carrera contrarreloj llena de sentimientos, emociones y obstáculos que bullen sin descanso hasta el mismísimo punto y final.






El Doctor Evans lleva más de mil ochocientos días en el corredor de la muerte. Es su largo encierro y la necesidad de explicar las circunstancias que le han rodeado en los últimos tiempos lo que hace que comience a analizar las causas y consecuencias de sus actos, todo lo que le ha llevado hasta ahí, todo lo ocurrido en aquellas 63 horas previas a uno de los momentos más importantes de su vida.

David trabaja como neurocirujano en el hospital Saint Claire de Washington, es viudo y hace gran cantidad de horas extra para poder hacer frente a todos sus gastos y cuidar de su única hija, Julia. Una noche, tras haberle salvado la vida a un joven en una operación a vida o muerte vuelve a su casa y descubre que tanto Julia como su niñera no están, han desaparecido. A partir de este momento tiene lugar una frenética búsqueda en la que hasta la propia familia es sospechosa, pero son varios mensajes de texto los que finalmente le llevan ante un hombre que le pide como rescate algo totalmente inaceptable para un cirujano, algo que violaría por completo su código deontológico: si quiere volver a ver a su hija, su próximo paciente deberá morir en la mesa de operaciones. Si tal proposición supera ya de por sí los límites morales de cualquier profesional, la magnitud del encargo adquiere sus mayores proporciones cuando se descubre quién es el paciente: ni más ni menos que el presidente de Estados Unidos.




La historia está narrada en orden decreciente según las horas que faltan para la fatal operación y en ella vemos, a modo de pequeños saltos en el tiempo perfectamente hilados y comprensibles, los momentos clave que marcan los pensamientos del protagonista a medida que los acontecimientos se van sucediendo: su mujer, su hija, su vida juntos, las dudas y preocupaciones cuando se le encomienda la importante tarea de salvarle la vida al Presidente y como esa misión es la que se le vuelve en contra cuando es la vida de su hija la que está en peligro.

Son estos mismos acontecimientos los que hacen que lo que en un principio parecía una locura se convierta en una obsesión, asegurándose por todos los medios de ser él quien lleve esa operación a cabo sí o sí.

Desde el principio el autor marca un ritmo muy ágil, en ciertos puntos hasta frenético, lo que invita a seguir leyendo más y más. Esto es una muestra de cómo el autor traslada a ese ritmo las sensaciones y preocupaciones del protagonista: Dave busca como loco a su hija, necesita verla y comprobar que está sana y salva, y para ello no duda en coger el coche en plena noche y plantarse en casa de sus suegros a kilómetros de distancia.

La narración está dividida en tres partes estructuradas a modo de relatos paralelos que nos introducen a los tres personajes principales de la trama: David, que busca desesperada e incansablemente a su hija; Kate, miembro del Servicio Secreto estadounidense, cuñada de David y tía de la niña; y el señor White, un manipulador en potencia que somete al protagonista a una constante y asfixiante vigilancia.

A pesar de partir de puntos psicológicos muy distanciados, estos tres personajes tienen algo en común: el halo de incomprensión que les ha acompañado durante toda su vida. David está marcado por una infancia de orfandad y maltratos, Kate siente que nunca pudo ganarse el verdadero afecto de su padre, y el señor White nunca encontró una respuesta positiva a su gusto por la manipulación de la psique humana. Esto, junto con el desarrollo de los acontecimientos, hace que con el pasar de las páginas se vayan acercando de tal manera que incluso lleguen a necesitarse los unos a los otros para conseguir objetivos diametralmente opuestos.

El Paciente nos habla de las reacciones del ser humano ante un ataque a su intimidad y lo que más quiere, de cómo el protagonista se encuentra de repente moralmente desnudo ante un desconocido que le chantajea con su propia vida, de cómo se siente cualquier ser humano cuando ve su intimidad invadida por completo, de cómo sus emociones son marionetas en manos de otros. Fluyen constantemente sentimientos de miedo, desesperanza, odio y egoísmo provocados por los más oscuros intereses, lo que deja patente la enorme capacidad del ser humano para resistir ante situaciones de máximo dolor y sufrimiento a través de mecanismos de defensa de los que ni él mismo es consciente.

Vivimos en una sociedad en la que ni siquiera necesitamos que nos expliquen por qué alguien quiere asesinar al presidente más poderoso del mundo, quizá creamos que va implícito en el cargo. Tal vez sea ese el motivo por el que el autor no le da ni el más mínimo protagonismo a esta cuestión, cuando está en juego la vida de un hijo, cualquier otra, hasta la propia, deja de valer lo que hace unas horas. El dolor y el miedo nos vuelven insensibles, insensibles ante el poder, ante la riqueza y ante el peligro.


Jane Austen escribió una vez: “Una novela debería mostrar al mundo tal y como es. Cómo piensan los personajes, cómo suceden los hechos...Una novela debería de algún modo revelar el origen de nuestros actos”. Y eso es precisamente lo que Juan Gómez Jurado ha conseguido con El Paciente.