lunes, 28 de octubre de 2013

La trilogía de Escipión


A finales del siglo III a.C. Roma se encontró al borde de la destrucción total, a punto de ser aniquilada y arrasada por los ejércitos cartagineses al mando de uno de los mejores estrategas militares de todos los tiempos: Aníbal”

Así comienza la trilogía que Santiago Posteguillo dedica a la juventud, madurez y ocaso de Publio Cornelio Escipión, uno de los más grandes generales en la historia de Roma y el único capaz de plantarle cara al sanguinario cartaginés.

La primera novela, Africanus, el hijo del cónsul, relata los primeros años en la vida de Escipión, cómo influenciado por el genio militar de su padre y su tío siente un deseo casi irracional por combatir contra uno de los mayores enemigos de la República. Pronto juega un papel importante en la guerra pero, inevitablemente, su ego militar y político se topa de bruces contra la envidia y la codicia de parte del Senado. Esta férrea oposición lleva a Escipión, en Las legiones malditas, a aceptar el liderazgo de las legiones V y VI, formadas por desertores de la batalla de Cannae desterrados en Sicilia sin protección, ayuda o esperanza de ningún tipo. Al mando de estas legiones Escipión lidera la que será una de sus grandes batallas. Finalmente, en La traición de Roma asistimos al resurgir de una Roma vencedora que da la espalda a sus protagonistas.









Esta trilogía está narrada de manera que cualquiera sea capaz de seguir el hilo de la historia independientemente de si tiene conocimientos previos o no. Esto además se apoya en una serie de anexos plagados de árboles genealógicos, definiciones de los términos latinos empleados e incluso mapas de las distintas batallas, lo que resulta muy didáctico y ayuda en gran medida a ubicarse en el contexto original.




Cada una de las batallas está contada con mucho detalle y considero un acierto estructurarlas en base a pequeñas historias paralelas que nos informan de la evolución en vanguardia, retaguardia y flancos pasando por los distintos protagonistas en ambos bandos. Esto, a pesar de que la novela esté narrada desde el punto de vista romano, hace que seamos partícipes de los pensamientos, miedos y estrategias del enemigo.

En realidad la gran guerra que se libra en los tres volúmenes es el enfrentamiento obsesivo entre Escipión y Aníbal más allá del campo de batalla. Ese sentimiento compartido de saberse superior nos lleva a conocer a dos personajes que, aunque muy separados en cuanto a territorio y cultura son tremendamente parecidos en su personalidad: ambos son líderes de grandes ejércitos, ambiciosos, orgullosos y con grandes cualidades para la política y la guerra.

Los dos primeros libros ofrecen una lectura mucho más entretenida y llena de acción en la que se suceden los enfrentamientos tanto en el campo de batalla como en los respectivos Senados. Sin embargo, el último muestra una visión mucho más “humana” de los personajes, se hace referencia a sus opiniones, su vida familiar, en definitiva, se rompe esa distancia emocional. Personalmente el tratamiento que se hace de la figura de Aníbal me resulta acertado y necesariamente cercano.

También existe una diferencia muy grande a la hora de presentarnos a cada uno de ellos. El autor opta por ensalzar (a veces en exceso) a los “buenos” y hundir por completo a los “malos”; mientras unos justifican sus actos por el bien de su patria otros, con el mismo objetivo, están rodeados por un aura de maldad que afecta incluso a su vida familiar.

Dentro del hilo principal se entrecruzan muchas historias secundarias. Quizá la más importante sea la protagonizada por Tito Macio, una figura que nos hace ser partícipes de una miseria constante y una mala suerte enfermiza que, sin embargo, se ven envueltas en una gran sensibilidad que despierta la empatía del lector.

viernes, 25 de octubre de 2013

El tiempo entre costuras


El pasado lunes se estrenó el primer capítulo de la miniserie El tiempo entre costuras, la adaptación televisiva de la novela homónima de María Dueñas, así que ¿qué mejor momento para subir una pequeña reseña?

Desde su publicación en el año 2009 había oído hablar bastante acerca de esta novela, por lo general eran buenas críticas, pero nunca había sentido un gran interés por incluirla en mi lista de lecturas pendientes. El año pasado me la recomendaron en el mismo día dos personas muy diferentes pero ahí se quedó, como run run cada vez que elegía un libro, hasta que este verano por fin decidí leerla.

Tengo que confesar que cuando la empecé no esperaba para nada lo que después encontré. Se trata de una novela ágil en la que se mezcla la ingenuidad, el amor, la lealtad y el espionaje a partes iguales.




Sira Quiroga es una joven que se gana la vida como modista en el Madrid de preguerra. Su vida transcurre entre el taller de costura de Doña Manuela, su casa y un noviazgo totalmente exento de emoción. Pero esta situación cambia radicalmente a causa de una máquina de escribir Hispano-Olivetti, lo que de manera imprevista le llevará a abrir un taller de alta costura en Tetuán, el antiguo Protectorado español en Marruecos.

La historia se construye en base a un guión bien hilado en el que, a excepción de las distintas tramas amorosas, nada parece predecible. Eso es precisamente lo que engancha de la novela y que lleva a querer seguir leyendo “un capítulo más”. La historia de Sira se entreteje dentro de una mayor que tiene como hilo argumental las conspiraciones políticas en las que alemanes y británicos jugaron un papel fundamental. En este contexto y en aproximadamente 640 páginas se entrecruzan varias tramas tanto ficticias como reales; hay que destacar el protagonismo de Ramón Serrano Suñer, Juan Luis Beigbeder (ambos ministros franquistas) o la amante de este último, Rosalinda Fox.

Los personajes están tratados con realismo y detalle en un abanico de psicologías muy diversas. De este modo nos encontramos con Ignacio, el novio feúcho, enamorado y conformista que lo único que quiere es llegar a ser funcionario; Ramiro Arribas, un galán de mirada seductora que oculta su ambición bajo una fingida perfección; Dolores, la madre de Sira, una mujer con miedo a salir de aquello que conoce; o Candelaria, quien ayudará a Sira a establecerse en Tetuán y abrir su taller. Evidentemente el papel que más evoluciona es el de la protagonista quien, de manera hasta cierto punto inconsciente acaba envuelta en una red de espionaje a nivel internacional. El resto de personajes que urden esta trama son psicológicamente tan lejanos que en un principio hasta parece inverosímil su relación, pero el desarrollo del personaje hace que poco a poco su personalidad se vaya amoldando a esas circunstancias, aunque en ocasiones se evidencie una gran incomodidad.




Este detallismo es propio también de los escenarios, descritos con gran precisión, lo que hace pensar en una larga labor de información previa por parte de la autora.




Pero lo que quizá me ha dejado más fría haya sido el final. La decisión de dejarlo abierto da la sensación de que responde a no querer caer en un desenlace que se predice desde la mitad de la novela.

Y para acabar, una pequeña crítica con respecto a la serie. Tras haber visto el primer capítulo, puedo decir que me parece que se ha hecho un gran trabajo de ambientación, tanto los decorados como el vestuario presentan una sutileza y una riqueza excepcionales y muestran fielmente el contraste entre la sociedad madrileña más humilde de los años 30 y la alta sociedad colonial del Protectorado. Parece asimismo fiel al argumento y considero que los actores no pudieron haber sido mejor escogidos: Adriana Ugarte como Sira (hay qué ver lo bien que le quedan los personajes de época a esta chica), Raúl Arévalo como Ignacio (el pagafantismo personificado) o Rubén Cortada como Ramiro Arribas (con esos ojos que enamorarían a cualquiera).





miércoles, 23 de octubre de 2013

Los Hijos de la Tierra


A los 16 años, buscando algo qué leer, descubrí en casa de mis abuelos un libro titulado “El clan del oso cavernario” (1980). No tenía ninguna referencia acerca de él más allá de una lista llena de títulos que nos había pasado la profesora de Filosofía, pero recuerdo que por aquel entonces me decidí por “La historia interminable”.

El libro tenía ya unos cuantos años, la sobrecubierta estaba arrugada y desgastada en las esquinas y en ningún momento pensé que aquella novela, con los años, acabaría convirtiéndose en una de mis favoritas. Recuerdo que la trama y el ritmo de la narración me engancharon desde el primer momento, tanto que me llevó a seguir leyendo sus secuelas: “El valle de los caballos” (1982), “Los cazadores de mamuts” (1985) y “Las llanuras del tránsito” (1990). Un par de años más tarde se publicó el quinto libro que por supuesto compré y empecé a leer, pero por algún motivo acabé dejándolo, lo encontraba un poco repetitivo en ciertos puntos y no terminó de gustarme.

Hace aproximadamente mes y medio decidí acabar lo que un día había empezado y un jueves por la noche empecé a leer “Los refugios de piedra” (2002). Tengo que reconocer que pasados unos meses mi memoria es capaz de borrar por completo tramas y personajes, por lo que me encontré con relaciones familiares, nombres y anécdotas que recordaba muy vagamente, si las recordaba. Por eso tomé la decisión de volver al principio y releer aquellas novelas que tanto me habían gustado, a las que habría que sumar el último título: “La tierra de las cuevas pintadas” (2011).

Cerca de 5000 páginas después siento un vacío y cierta nostalgia a la que le gustaría alimentarse de otras 5000 páginas más.




Siempre me ha gustado la Historia y la Prehistoria es, sin duda, la etapa que más me llama la atención. Tratar de reconstruir cómo ha vivido y evolucionado el ser humano tanto biológica como tecnológicamente hace tantos miles de años me parece una labor más que interesante aunque complicadísima ya que, al fin y al cabo, se trata de explicar cómo hemos llegado a ser lo que somos. En este sentido, la saga “Los hijos de la Tierra” trata de enmarcar en sus seis libros ciertos avances y descubrimientos concretos de nuestros antepasados a través de sus protagonistas, quienes hacen frente a un mundo marcado por condiciones climáticas y de supervivencia extremas.

Pero empecemos por el principio.

Con apenas cinco años Ayla, una niña cromagnon, se encuentra sola y perdida en un mundo desconocido. Un gran terremoto ha provocado la muerte de las personas con las que vivía y ha dado lugar a bruscos cambios en el paisaje. Tras varios días tratando de sobrevivir es encontrada por Iza, una mujer perteneciente al Clan, un grupo de Neandertales que también ha sufrido las consecuencias del seísmo. A partir de este momento y no sin grandes dificultades, Ayla trata de adaptarse a un modo de vida y unas costumbres que le son ajenos, lo que da lugar a una serie de conflictos que la obligan a abandonar el Clan con el objetivo de encontrar a sus semejantes, a quienes conoce como los Otros. Tras varios años viviendo sola conoce a Jondalar, la primera persona de su especie a la que ve y juntos comienzan un viaje que los llevará muy lejos de allí, de vuelta al hogar de Jondalar, un viaje en el que conocerán diferentes gentes y culturas, desarrollarán avances tecnológicos y aprenderán a aceptarse el uno al otro.




A través de las seis novelas somos partícipes de distintas etapas en la vida de la protagonista. La primera parte (“El Clan del oso cavernario”) es sin lugar a dudas la mejor de todas y aunque el nivel se mantiene bastante alto en las tres siguientes (“El valle de los caballos”, “Los cazadores de mamuts” y “Las llanuras del tránsito”), la saga pierde fuelle en los dos últimos títulos (“Los refugios de piedra” y “La tierra de las cuevas pintadas”), tanto que en ciertos puntos parece incluso que se recurre a un corta y pega para rememorar por enésima vez anécdotas leídas hasta la saciedad. Esto es el resultado de un ritmo narrativo cambiante; en un principio se describen de manera pormenorizada escenarios, protagonistas y actividades, lo que da lugar a que el lector se haga una idea de como pudo haber sido la vida hace 35.000 años. Pero estas descripciones, que ayudan a poner en situación al lector, en “Las llanuras del tránsito” llegan a convertirse en un inconveniente cuando la trama avanza de manera mucho más lenta en beneficio de la descripción de un paisaje paleolítico hasta el detalle más nimio. Es verdad que hasta cierto punto eso se agradece (hoy en día cuesta imaginar un prado en el que la hierba mida más de dos metros de alto, por ejemplo) pero llega un momento en el que desafortunadamente se vuelve tedioso y denso.

Todo este afán descriptivo hace sin embargo que valore la saga como una buena recreación del mundo de hace miles de años. Es verdad que en ciertos aspectos chirrían las licencias históricas pero al fin y al cabo el ritmo narrativo consigue hacerte sentir en la piel de un hombre del Paleolítico ya sea cocinando o en un viaje espiritual tras haber ingerido setas alucinógenas. Hay que tener en cuenta que estas licencias responden simplemente al hecho de querer condensar de una manera literaria miles de años: nadie daría por sentado, por ejemplo, que tantos avances tecnológicos se hayan producido en apenas veinte años o que los Neandertales se comunicaban exactamente de la manera en que se describe.

Con respecto a esto considero que el verdadero punto fuerte de la saga es la convivencia entre Neandertales y Homo Sapiens. A lo largo de las seis novelas hay un marcado interés por establecer diferencias y similitudes, no sólo físicas sino también en cuanto al comportamiento, a las creencias, al sentido de status o al papel del hombre y la mujer y, sobre todo, al sentimiento de superioridad por parte del Homo Sapiens. Parece evidente que ha habido un amplio trabajo de investigación previa y de hecho se sabe que algunos de los personajes y objetos a los que se hace referencia tienen su paralelo en ciertos hallazgos arqueológicos.




Por su parte los personajes principales están tratados con un mismo filtro a pesar de que su evolución cada vez se aleja más a medida que avanza la historia. Forman una pareja perfecta en la que hay amor, sexo y más amor...y más sexo (no sé cuántas veces se hace referencia a las “manos expertas” de Jondalar). Ayla y Jondalar son guapos, altos, rubios, de ojos azules y además son los mejores en todo lo que hacen (ella como curandera y él como tallador de pedernal). Con estas descripciones pueden parecen perfiles un tanto inverosímiles pero lo compensa su tratamiento psicológico, ya que ambos deben pasar por distintas situaciones que sacan a relucir celos y rencores. Vamos, como la vida misma.

A pesar del bajón argumental de las dos últimas novelas (no pienso ni mucho menos que sean malas, como he leído en algún que otro blog) quiero pensar que “La tierra de las cuevas pintadas” no es el libro que cierra la saga...supongo que después de seis libros es normal.