domingo, 15 de diciembre de 2013

Chamán

Publicada en 1992, Chamán es la segunda novela de la saga que Noah Gordon dedica a la familia Cole y que comenzó siete siglos atrás con El Médico.




La historia de los Cole se desarrolla en un escenario turbulento en el que se suceden grandes cambios en la sociedad estadounidense de mediados del siglo XIX. Comienza con las luchas de las tribus indígenas por mantener sus tierras y seguir siendo libres, continúa con el debate entre esclavistas y abolicionistas, la consiguiente Guerra de Secesión promovida por los estados del sur e incluso las diferencias entre religiones, que eran muchas teniendo en cuenta el gran porcentaje de inmigrantes con el que contaba Estados Unidos en aquel momento.






A modo de flashback, la historia comienza en 1839, momento en el que Rob J. (Judson) Cole se ve obligado a emigrar desde su Escocia natal a Estados Unidos por motivos políticos. Allí su primer destino es Boston, ciudad en la que comienza su nueva andadura como médico de la mano del cirujano Oliver Wendell Holmes. Pronto empieza a soñar con un nuevo destino, por lo que decide viajar hacia el Oeste e instalarse en Holden´s Crossing, un pequeño pueblo de reciente fundación en el estado de Illinois. Al mismo tiempo que establece un consultorio, movido por la curiosidad comienza su relación con la tribu nativa de los sauk, de quienes descubre que poseen toda una cultura en torno al arte de curar, aunque de una manera ritual y chamánica, lo que en ocasiones provoca ciertos choques culturales y de conocimiento.






A pesar de que la novela comienza con Rob J. (Judson) Cole como protagonista principal, a partir de la tercera parte es evidente un protagonismo compartido con su hijo Rob J. (Jefferson) Cole, conocido como Chamán, quien desde muy pequeño sufre una sordera permanente, lo que en un principio se interpreta como una incapacidad para llevar una vida normal.

Ya desde el principio del libro se aprecian rasgos muy significativos en torno a los personajes principales que recuerdan a ese Rob J. (Jeremy) Cole del siglo XI en cuanto a su afán por aprender, por aliviar el sufrimiento y el dolor físico a sus pacientes. También poseen el mismo don que su ancestro y una marcada habilidad artística (uno más que otro), elementos empleados como recurso para mantener un nexo de unión a pesar de tratarse de lugares, épocas y circunstancias totalmente diferentes.

El hecho de que generación tras generación el médico de la familia se llame Rob J. Cole (donde sólo la jota responde a un nombre diferente) hace pensar en todos los Aurelianos Buendía que protagonizaban Cien años de soledad. Aquí el nombre que empieza por la letra J se obvia durante toda la novela excepto en las presentaciones, quizá en un intento por reunir las cualidades y experiencias de varias vidas a lo largo de los siglos.

Esta segunda parte sigue prácticamente el mismo esquema narrativo que veíamos en la primera, y además por partida doble: un joven aprendiz pasa un tiempo con un hombre experimentado y se encuentra en la situación de tener que marcharse lejos de su casa por diversas razones, entre ellas el seguir aprendiendo para convertirse en uno de los mejores médicos.

Con respecto al resto de personajes, hay dos aspectos que me parece importante resaltar:

En primer lugar, el personaje de Makwa-ikwa es claramente secundario aunque en un principio se le da un protagonismo casi al nivel del de Rob J. (Judson) Cole, algo que se va diluyendo con el paso de las páginas. Resulta una figura interesante por todo lo que su cultura y sus circunstancias conllevan pero llega un momento en el que decae el interés por ella cuando podría habérsele dado un papel más activo.

Por otro lado y al igual que ocurre en todas sus novelas, no puede faltar una pequeña alusión al pueblo judío, en este caso protagonizado por la familia Gieger, un matrimonio que Rob conoce en Boston y que llega a convertirse en parte de su familia.


En definitiva, a pesar de no encontrarse al nivel de su predecesora, recomiendo su lectura aun siendo consciente de que al principio resulta un tanto difícil engancharse debido a la larguísima alusión a la historia de los sauk, hasta cierto punto necesaria para seguir el hilo argumental aunque demasiado extensa como para servir simplemente de telón de fondo.

lunes, 9 de diciembre de 2013

Los asesinos del emperador

Los asesinos del emperador es el primer libro de la segunda trilogía de Santiago Posteguillo (La trilogía de Escipión) y en él se relata el ascenso, tras el ocaso de la dinastía Flavia a finales del siglo I d.C., de Trajano como primer emperador nacido fuera de Roma.




En este primer libro el verdadero protagonista no es otro más que Tito Flavio Domiciano, quizá uno de los emperadores más odiados de toda Roma. Cruel, altivo, egoísta y megalómano, Domiciano había convertido Roma en el escenario perfecto para sus caprichos, se hacía llamar Dominus et Deus (Señor y Dios) y la vida de todo habitante del Imperio pendía de un finísimo hilo.

El relato comienza en el año 96 d.C. en la Domus Flavia en el momento en el que se intenta asesinar al emperador. Inmediatamente un flashback nos sitúa en los años finales del imperio de Nerón y los fugaces Galba, Otón y Vitelio hasta que finalmente se instaura la dinastía Flavia encabezada por el emperador Vespasiano. Tras la muerte de su padre, Tito se convierte en emperador, pero dos años después Domiciano toma el relevo y con el tiempo se convierte en el imperio del pánico, un terror del que nadie está a salvo, ni siquiera su propia familia.




Esta época está enmarcada en los constantes problemas fronterizos con galos, germanos y dacios, y el despuntar de los cristianos, que viven con Domiciano una de las mayores represiones de su historia. Aún así, el emperador parece más interesado en descubrir el origen de la conjura que planea matarlo, tanto que llega a convertirse en su gran obsesión.

La estructura narrativa del libro es muy parecida a la que veíamos en la Trilogía de Escipión, un primer libro en el que el protagonismo se reparte entre antecesor y sucesor, capítulos cortos en los que se entrecruzan varias historias paralelas y batallas narradas con todo detalle apoyadas por los mapas, dibujos y esquemas de los anexos finales.

El parecido es tal que incluso el autor peca de lo mismo que en los libros anteriores. Las personalidades de los protagonistas parecen no tener un término medio, Domiciano reúne todo lo malo y a medida que avanzan las páginas el lector tiene más ganas de que alguien lo mate de una vez, mientras Trajano es descrito como el mejor general, personalmente cauteloso, responsable, generoso y justo, en definitiva, el símbolo de la perfección.

Sí es verdad que a pesar del aura de maldad que rodea al emperador, durante el relato se hace una breve alusión a unos primeros años de mandato en el que tuvo una gran popularidad por castigar a los corruptos y por liderar la reconstrucción de la ciudad tras el devastador incendio ocurrido en época de Tito. En el número de este mes de la revista National Geographic Historia hay un reportaje, escrito por el propio Posteguillo, que hace referencia a esta evolución en la actitud del emperador (interesante lectura).

Centrándome en el resto de aspectos que adornan la novela, he de decir que me resultó muy interesante la descripción que se hace de la construcción del gran anfiteatro Flavio que comenzó en época de Vespasiano pero que alcanzó su máximo esplendor durante el mandato de Domiciano, cuando se construyó el añadido del piso más alto. En este sentido, la novela también supone un acercamiento a los pavorosos espectáculos ofrecidos al pueblo cuya crueldad aumentaba irremediablemente. Con respecto a esto es interesante la figura del bestiarius, un ser del inframundo que vive en las entrañas del anfiteatro rodeado de animales salvajes y desprovisto de toda humanidad y el protagonismo de Marcio y Alana, que día tras día intentan no morir en la arena para ganar así su libertad.






De la segunda parte, Circo Máximo, la reseña está ya en el horno :)

domingo, 24 de noviembre de 2013

El Médico


El Médico (1986) es la cuarta novela del escritor estadounidense Noah Gordon y la primera de la saga dedicada a la familia Cole.




A comienzos del siglo XI la vida de Rob J. Cole transcurre en Londres, una ciudad en los albores de su expansión aunque gris, mugrienta y embrutecida. De manera casi consecutiva sus padres mueren y se ve obligado a separarse de todos sus hermanos. Casi completamente desahuciado es recogido por Barber, un cirujano-barbero-malabarista que viaja por Inglaterra tratando de curar todo tipo de dolencias con su Panacea Universal.

Durante varios años Rob aprende el oficio y descubre que sanar a los enfermos es más que una vocación, es un don, un sexto sentido cuyo desarrollo acaba por convertirse en el gran objetivo de su vida. A partir de este momento decide emprender un largo y peligroso viaje a la lejana Persia, donde el erudito Avicena dirige una de las escuelas de medicina más importantes del mundo.




El Médico se divide en siete partes que relatan los momentos más importantes de la vida de Rob. La primera de ellas, relativa a su aprendizaje como cirujano barbero, es la más larga y personalmente también la más tediosa. Aunque se hace referencia al afán del protagonista por aprender y por conocer el por qué de las enfermedades y su cura, y a cómo se entera de la existencia de la escuela persa, casi todos los capítulos se centran en el espectáculo llevado a cabo por el maestro y el aprendiz en cada pueblo, algo más o menos constante y con una mínima evolución que lo que hace es que el lector (por lo menos en mi caso fue así) pase capítulo tras capítulo deseando que Rob se decida a emprender el viaje que tanto anhela.

El final de esta primera parte marca el comienzo de su relación con la religión judía, que se convierte en el único nexo de unión entre su Inglaterra natal y su destino en Persia. A lo largo de todo el relato se hace una recreación bastante pormenorizada de las costumbres judías incluyendo además gran cantidad de vocablos propios (aunque algunos de ellos no estén traducidos ni explicados). Por pura necesidad Rob observa y aprende.

Desde el principio hay un gusto constante por mostrar la fe judía como una religión férrea, llena de normas y prohibiciones (en el libro ningún judío es capaz de dar una explicación más allá de que es “lo que dice la Torá”) y que trata insistentemente de distinguirse lo máximo posible de cualquier otra religión, principalmente del Cristianismo. En ocasiones parece incluso que se trata de justificar tal animadversión mediante un discurso un tanto victimista en ciertos aspectos. Aunque no conozco todas las novelas de Noah Gordon algunas de ellas están protagonizadas en mayor o menor medida por judíos, y el hecho de que él mismo haya nacido en el seno de una familia de origen judío puede servir como pequeña explicación a esta perspectiva.

A medida que la novela avanza y adquiere un carácter más cosmopolita se hace un retrato muy interesante acerca de la confluencia entre cristianos, judíos y musulmanes en la ciudad de Ispahán. Sus relaciones en el día a día, lo que opinan unos de otros o su convivencia en un mismo espacio aderezan la narración aunque no estén tratados con el mismo rigor: de los cristianos apenas hay referencias más allá de una existencia marginal tanto para el autor como para los personajes.

El personaje de Rob está en constante evolución, tanto física como psicológica. Mientras en un principio se presenta como un niño perteneciente a una familia pobre sin más pretensión que aprender a leer de manos de su madre y seguir los pasos de su padre como carpintero, poco a poco se va mostrando como un ser de una gran inteligencia y ambición que hace todo lo que está en su mano por alcanzar sus objetivos.

Existen tres aspectos recurrentes en la evolución del protagonista: la nostalgia por el mundo romano (se lamenta de que todos sus avances hayan quedado velados en la Edad Media por un halo de ignorancia y sometimiento), sus aptitudes artísticas y una constante búsqueda del conocimiento. Nos encontramos ante un Rob casi casi humanista.

Si antes hablaba de la rigurosidad en el retrato de costumbres y tradiciones, no puede decirse lo mismo del escenario histórico de la novela. El propio autor especifica que no pretendía crear una novela rigurosamente histórica y que, por tanto, puede haber ciertas licencias en cuanto a fechas y protagonistas. No son muchos los hechos históricos a los que se hace alusión pero Pompeyo y César no vivieron en el siglo III d. C. y aunque Juan XIX era el Papa de la época no era contemporáneo de Alejo IV, que vivió siglo y medio más tarde.

En definitiva, se trata de una novela muy recomendable cuya adaptación al cine se estrenará el próximo 25 de diciembre. Y por cierto, la elección de Ben Kingsley para el papel de Avicena no pudo haber sido más acertada.









lunes, 11 de noviembre de 2013

Todo lo que cabe en los bolsillos


Nueva York, 2009. Mika, en compañía de su nieto Daniel, se dirige al Museo de Historia Natural cuando de repente su mirada se cruza con un cartel que anuncia la función de un teatro de marionetas: El titiritero de Varsovia. Esas cuatro inofensivas palabras le hacen estremecerse y siente que los recuerdos se agolpan en su mente, demasiado dolorosos como para seguir guardándolos por más tiempo. Es el momento de que su nieto conozca su verdadera historia.




Varsovia, 1938. Nacido en una familia judía Mika es un niño feliz, vive con su madre y su abuelo en un piso situado en el barrio antiguo de la ciudad, le gusta ir al colegio y pasa las tardes jugando con sus amigos en la calle.

Pero esta felicidad se trunca en el momento en el que comienzan los primeros bombardeos. Tras una breve resistencia la ciudad se rinde a la superpotencia nazi y pronto empiezan a entrar en vigor nuevas normas que irremediablemente coartan la libertad de todo judío. Se les prohíbe entrar en cafeterías y museos, pasear por los parques, viajar en tranvía e incluso caminar por la acera. Esta tensa situación se mantiene hasta que a finales de 1940 todos los judíos son confinados en un minúsculo espacio de la ciudad, un “gueto” en el que la gente vive hacinada y abandonada, sin recursos y acuciada por un debilitamiento físico y psicológico constante (el propio Hitler había afirmado que “sin duda los judíos son una raza, pero no humana”, por tanto, no había necesidad de tratarlos como a tales).




En medio de este clima de pobreza, injusticia y desesperación extrema un abrigo de paño negro y una pequeña marioneta se convierten en la única vía de escape. Poco a poco, el interior del abrigo se va llenando de bolsillos de todos los tamaños en donde se guardan los bienes más preciados de una vida a la que prácticamente se lo han quitado todo.




La historia se construye en base a dos personajes fundamentales, Mika y Max, que representan el efímero mundo judío dentro del gueto y la opulencia y superioridad germana. A lo largo del relato sus vidas se cruzan y se separan en función de los acontecimientos pero siempre manteniendo a la marioneta como protagonista común. Estos personajes permiten conocer la historia desde dos puntos de vista aparentemente muy alejados y durante un período de tiempo bastante amplio, lo que nos acerca a unas psicologías en las que afloran miedos, aflicciones y traumas pero también comprensión, solidaridad y una persistente lucha por la supervivencia.

El hilo en el que se entretejen ambos testimonios lo constituyen el abrigo y la marioneta, a los que se les dota de vida propia. La prenda simboliza la vida en sí misma, todo aquello que tiene algún tipo de importancia y se resiste a quedar atrás, mientras que la marioneta se emplea para sacar a flote los pensamientos más profundos, las reflexiones de quien se ve obligado a vivir una vida que no eligió.

Pero existen otro tipo de simbolismos, ya que es característico el tratamiento que hace Mika con respecto a la figura de los alemanes. Al igual que éstos consideran a los habitantes del gueto como una masa gris e impersonal, sucia y carente de virtud, ellos son comparados de manera recurrente con las ratas, curiosamente un animal al que normalmente no se le atribuye ningún tipo de estímulo positivo. Salvando las distancias, puede recordar en cierto modo a lo que ocurre en Maus, en el que los nazis son representados bajo la forma de gatos, ensalzando su actitud déspota, egoísta y arrogante.

Algo que me sorprendió fue el cambio que se hizo en la traducción del título. El original es El titiritero de Varsovia, lo que convierte a Mika en el verdadero protagonista de la historia, el que rige los designios de la vida de la marioneta. Sin embargo, en su traducción al castellano se ha optado por Todo lo que cabe en los bolsillos, lo que a mi juicio supone un intercambio en los papeles, ya que en este caso parece ser la marioneta (con el abrigo como refugio) la que lleva las riendas. Pero ¿quién sabe?, tal vez se trate sólo de una percepción personal y que, sin duda, nada cambia el hilo argumental.

En definitiva, Todo lo que cabe en los bolsillos, la primera novela de Eva Weaver, es un relato corto pero intenso, de lectura ágil en la que la última frase de cada capítulo se emplea para abrir un nuevo horizonte, lo que hace imposible no seguir leyendo.



lunes, 28 de octubre de 2013

La trilogía de Escipión


A finales del siglo III a.C. Roma se encontró al borde de la destrucción total, a punto de ser aniquilada y arrasada por los ejércitos cartagineses al mando de uno de los mejores estrategas militares de todos los tiempos: Aníbal”

Así comienza la trilogía que Santiago Posteguillo dedica a la juventud, madurez y ocaso de Publio Cornelio Escipión, uno de los más grandes generales en la historia de Roma y el único capaz de plantarle cara al sanguinario cartaginés.

La primera novela, Africanus, el hijo del cónsul, relata los primeros años en la vida de Escipión, cómo influenciado por el genio militar de su padre y su tío siente un deseo casi irracional por combatir contra uno de los mayores enemigos de la República. Pronto juega un papel importante en la guerra pero, inevitablemente, su ego militar y político se topa de bruces contra la envidia y la codicia de parte del Senado. Esta férrea oposición lleva a Escipión, en Las legiones malditas, a aceptar el liderazgo de las legiones V y VI, formadas por desertores de la batalla de Cannae desterrados en Sicilia sin protección, ayuda o esperanza de ningún tipo. Al mando de estas legiones Escipión lidera la que será una de sus grandes batallas. Finalmente, en La traición de Roma asistimos al resurgir de una Roma vencedora que da la espalda a sus protagonistas.









Esta trilogía está narrada de manera que cualquiera sea capaz de seguir el hilo de la historia independientemente de si tiene conocimientos previos o no. Esto además se apoya en una serie de anexos plagados de árboles genealógicos, definiciones de los términos latinos empleados e incluso mapas de las distintas batallas, lo que resulta muy didáctico y ayuda en gran medida a ubicarse en el contexto original.




Cada una de las batallas está contada con mucho detalle y considero un acierto estructurarlas en base a pequeñas historias paralelas que nos informan de la evolución en vanguardia, retaguardia y flancos pasando por los distintos protagonistas en ambos bandos. Esto, a pesar de que la novela esté narrada desde el punto de vista romano, hace que seamos partícipes de los pensamientos, miedos y estrategias del enemigo.

En realidad la gran guerra que se libra en los tres volúmenes es el enfrentamiento obsesivo entre Escipión y Aníbal más allá del campo de batalla. Ese sentimiento compartido de saberse superior nos lleva a conocer a dos personajes que, aunque muy separados en cuanto a territorio y cultura son tremendamente parecidos en su personalidad: ambos son líderes de grandes ejércitos, ambiciosos, orgullosos y con grandes cualidades para la política y la guerra.

Los dos primeros libros ofrecen una lectura mucho más entretenida y llena de acción en la que se suceden los enfrentamientos tanto en el campo de batalla como en los respectivos Senados. Sin embargo, el último muestra una visión mucho más “humana” de los personajes, se hace referencia a sus opiniones, su vida familiar, en definitiva, se rompe esa distancia emocional. Personalmente el tratamiento que se hace de la figura de Aníbal me resulta acertado y necesariamente cercano.

También existe una diferencia muy grande a la hora de presentarnos a cada uno de ellos. El autor opta por ensalzar (a veces en exceso) a los “buenos” y hundir por completo a los “malos”; mientras unos justifican sus actos por el bien de su patria otros, con el mismo objetivo, están rodeados por un aura de maldad que afecta incluso a su vida familiar.

Dentro del hilo principal se entrecruzan muchas historias secundarias. Quizá la más importante sea la protagonizada por Tito Macio, una figura que nos hace ser partícipes de una miseria constante y una mala suerte enfermiza que, sin embargo, se ven envueltas en una gran sensibilidad que despierta la empatía del lector.

viernes, 25 de octubre de 2013

El tiempo entre costuras


El pasado lunes se estrenó el primer capítulo de la miniserie El tiempo entre costuras, la adaptación televisiva de la novela homónima de María Dueñas, así que ¿qué mejor momento para subir una pequeña reseña?

Desde su publicación en el año 2009 había oído hablar bastante acerca de esta novela, por lo general eran buenas críticas, pero nunca había sentido un gran interés por incluirla en mi lista de lecturas pendientes. El año pasado me la recomendaron en el mismo día dos personas muy diferentes pero ahí se quedó, como run run cada vez que elegía un libro, hasta que este verano por fin decidí leerla.

Tengo que confesar que cuando la empecé no esperaba para nada lo que después encontré. Se trata de una novela ágil en la que se mezcla la ingenuidad, el amor, la lealtad y el espionaje a partes iguales.




Sira Quiroga es una joven que se gana la vida como modista en el Madrid de preguerra. Su vida transcurre entre el taller de costura de Doña Manuela, su casa y un noviazgo totalmente exento de emoción. Pero esta situación cambia radicalmente a causa de una máquina de escribir Hispano-Olivetti, lo que de manera imprevista le llevará a abrir un taller de alta costura en Tetuán, el antiguo Protectorado español en Marruecos.

La historia se construye en base a un guión bien hilado en el que, a excepción de las distintas tramas amorosas, nada parece predecible. Eso es precisamente lo que engancha de la novela y que lleva a querer seguir leyendo “un capítulo más”. La historia de Sira se entreteje dentro de una mayor que tiene como hilo argumental las conspiraciones políticas en las que alemanes y británicos jugaron un papel fundamental. En este contexto y en aproximadamente 640 páginas se entrecruzan varias tramas tanto ficticias como reales; hay que destacar el protagonismo de Ramón Serrano Suñer, Juan Luis Beigbeder (ambos ministros franquistas) o la amante de este último, Rosalinda Fox.

Los personajes están tratados con realismo y detalle en un abanico de psicologías muy diversas. De este modo nos encontramos con Ignacio, el novio feúcho, enamorado y conformista que lo único que quiere es llegar a ser funcionario; Ramiro Arribas, un galán de mirada seductora que oculta su ambición bajo una fingida perfección; Dolores, la madre de Sira, una mujer con miedo a salir de aquello que conoce; o Candelaria, quien ayudará a Sira a establecerse en Tetuán y abrir su taller. Evidentemente el papel que más evoluciona es el de la protagonista quien, de manera hasta cierto punto inconsciente acaba envuelta en una red de espionaje a nivel internacional. El resto de personajes que urden esta trama son psicológicamente tan lejanos que en un principio hasta parece inverosímil su relación, pero el desarrollo del personaje hace que poco a poco su personalidad se vaya amoldando a esas circunstancias, aunque en ocasiones se evidencie una gran incomodidad.




Este detallismo es propio también de los escenarios, descritos con gran precisión, lo que hace pensar en una larga labor de información previa por parte de la autora.




Pero lo que quizá me ha dejado más fría haya sido el final. La decisión de dejarlo abierto da la sensación de que responde a no querer caer en un desenlace que se predice desde la mitad de la novela.

Y para acabar, una pequeña crítica con respecto a la serie. Tras haber visto el primer capítulo, puedo decir que me parece que se ha hecho un gran trabajo de ambientación, tanto los decorados como el vestuario presentan una sutileza y una riqueza excepcionales y muestran fielmente el contraste entre la sociedad madrileña más humilde de los años 30 y la alta sociedad colonial del Protectorado. Parece asimismo fiel al argumento y considero que los actores no pudieron haber sido mejor escogidos: Adriana Ugarte como Sira (hay qué ver lo bien que le quedan los personajes de época a esta chica), Raúl Arévalo como Ignacio (el pagafantismo personificado) o Rubén Cortada como Ramiro Arribas (con esos ojos que enamorarían a cualquiera).





miércoles, 23 de octubre de 2013

Los Hijos de la Tierra


A los 16 años, buscando algo qué leer, descubrí en casa de mis abuelos un libro titulado “El clan del oso cavernario” (1980). No tenía ninguna referencia acerca de él más allá de una lista llena de títulos que nos había pasado la profesora de Filosofía, pero recuerdo que por aquel entonces me decidí por “La historia interminable”.

El libro tenía ya unos cuantos años, la sobrecubierta estaba arrugada y desgastada en las esquinas y en ningún momento pensé que aquella novela, con los años, acabaría convirtiéndose en una de mis favoritas. Recuerdo que la trama y el ritmo de la narración me engancharon desde el primer momento, tanto que me llevó a seguir leyendo sus secuelas: “El valle de los caballos” (1982), “Los cazadores de mamuts” (1985) y “Las llanuras del tránsito” (1990). Un par de años más tarde se publicó el quinto libro que por supuesto compré y empecé a leer, pero por algún motivo acabé dejándolo, lo encontraba un poco repetitivo en ciertos puntos y no terminó de gustarme.

Hace aproximadamente mes y medio decidí acabar lo que un día había empezado y un jueves por la noche empecé a leer “Los refugios de piedra” (2002). Tengo que reconocer que pasados unos meses mi memoria es capaz de borrar por completo tramas y personajes, por lo que me encontré con relaciones familiares, nombres y anécdotas que recordaba muy vagamente, si las recordaba. Por eso tomé la decisión de volver al principio y releer aquellas novelas que tanto me habían gustado, a las que habría que sumar el último título: “La tierra de las cuevas pintadas” (2011).

Cerca de 5000 páginas después siento un vacío y cierta nostalgia a la que le gustaría alimentarse de otras 5000 páginas más.




Siempre me ha gustado la Historia y la Prehistoria es, sin duda, la etapa que más me llama la atención. Tratar de reconstruir cómo ha vivido y evolucionado el ser humano tanto biológica como tecnológicamente hace tantos miles de años me parece una labor más que interesante aunque complicadísima ya que, al fin y al cabo, se trata de explicar cómo hemos llegado a ser lo que somos. En este sentido, la saga “Los hijos de la Tierra” trata de enmarcar en sus seis libros ciertos avances y descubrimientos concretos de nuestros antepasados a través de sus protagonistas, quienes hacen frente a un mundo marcado por condiciones climáticas y de supervivencia extremas.

Pero empecemos por el principio.

Con apenas cinco años Ayla, una niña cromagnon, se encuentra sola y perdida en un mundo desconocido. Un gran terremoto ha provocado la muerte de las personas con las que vivía y ha dado lugar a bruscos cambios en el paisaje. Tras varios días tratando de sobrevivir es encontrada por Iza, una mujer perteneciente al Clan, un grupo de Neandertales que también ha sufrido las consecuencias del seísmo. A partir de este momento y no sin grandes dificultades, Ayla trata de adaptarse a un modo de vida y unas costumbres que le son ajenos, lo que da lugar a una serie de conflictos que la obligan a abandonar el Clan con el objetivo de encontrar a sus semejantes, a quienes conoce como los Otros. Tras varios años viviendo sola conoce a Jondalar, la primera persona de su especie a la que ve y juntos comienzan un viaje que los llevará muy lejos de allí, de vuelta al hogar de Jondalar, un viaje en el que conocerán diferentes gentes y culturas, desarrollarán avances tecnológicos y aprenderán a aceptarse el uno al otro.




A través de las seis novelas somos partícipes de distintas etapas en la vida de la protagonista. La primera parte (“El Clan del oso cavernario”) es sin lugar a dudas la mejor de todas y aunque el nivel se mantiene bastante alto en las tres siguientes (“El valle de los caballos”, “Los cazadores de mamuts” y “Las llanuras del tránsito”), la saga pierde fuelle en los dos últimos títulos (“Los refugios de piedra” y “La tierra de las cuevas pintadas”), tanto que en ciertos puntos parece incluso que se recurre a un corta y pega para rememorar por enésima vez anécdotas leídas hasta la saciedad. Esto es el resultado de un ritmo narrativo cambiante; en un principio se describen de manera pormenorizada escenarios, protagonistas y actividades, lo que da lugar a que el lector se haga una idea de como pudo haber sido la vida hace 35.000 años. Pero estas descripciones, que ayudan a poner en situación al lector, en “Las llanuras del tránsito” llegan a convertirse en un inconveniente cuando la trama avanza de manera mucho más lenta en beneficio de la descripción de un paisaje paleolítico hasta el detalle más nimio. Es verdad que hasta cierto punto eso se agradece (hoy en día cuesta imaginar un prado en el que la hierba mida más de dos metros de alto, por ejemplo) pero llega un momento en el que desafortunadamente se vuelve tedioso y denso.

Todo este afán descriptivo hace sin embargo que valore la saga como una buena recreación del mundo de hace miles de años. Es verdad que en ciertos aspectos chirrían las licencias históricas pero al fin y al cabo el ritmo narrativo consigue hacerte sentir en la piel de un hombre del Paleolítico ya sea cocinando o en un viaje espiritual tras haber ingerido setas alucinógenas. Hay que tener en cuenta que estas licencias responden simplemente al hecho de querer condensar de una manera literaria miles de años: nadie daría por sentado, por ejemplo, que tantos avances tecnológicos se hayan producido en apenas veinte años o que los Neandertales se comunicaban exactamente de la manera en que se describe.

Con respecto a esto considero que el verdadero punto fuerte de la saga es la convivencia entre Neandertales y Homo Sapiens. A lo largo de las seis novelas hay un marcado interés por establecer diferencias y similitudes, no sólo físicas sino también en cuanto al comportamiento, a las creencias, al sentido de status o al papel del hombre y la mujer y, sobre todo, al sentimiento de superioridad por parte del Homo Sapiens. Parece evidente que ha habido un amplio trabajo de investigación previa y de hecho se sabe que algunos de los personajes y objetos a los que se hace referencia tienen su paralelo en ciertos hallazgos arqueológicos.




Por su parte los personajes principales están tratados con un mismo filtro a pesar de que su evolución cada vez se aleja más a medida que avanza la historia. Forman una pareja perfecta en la que hay amor, sexo y más amor...y más sexo (no sé cuántas veces se hace referencia a las “manos expertas” de Jondalar). Ayla y Jondalar son guapos, altos, rubios, de ojos azules y además son los mejores en todo lo que hacen (ella como curandera y él como tallador de pedernal). Con estas descripciones pueden parecen perfiles un tanto inverosímiles pero lo compensa su tratamiento psicológico, ya que ambos deben pasar por distintas situaciones que sacan a relucir celos y rencores. Vamos, como la vida misma.

A pesar del bajón argumental de las dos últimas novelas (no pienso ni mucho menos que sean malas, como he leído en algún que otro blog) quiero pensar que “La tierra de las cuevas pintadas” no es el libro que cierra la saga...supongo que después de seis libros es normal.